miércoles, 14 de abril de 2010

Crónica cultural

“Construcción de una ciudad” de Nestor Frenkel en el Malba

Hace tiempo que andaba con ganas de verme “Construcción de una ciudad”, intente en vano verla en la Bafici, pero por la dinámica del festival cuando fui ya no había entradas, seguramente se habían agotado a las ocho de la mañana.
Así que ahora, con miedo de que salga de cartel, la googleé, y apareció en la cartelera del Malba: Domingo 8 de Junio 18:00 Hs. dice el programa.
Lo convenzo a un amigo y allá vamos.
A mí la historia siempre me asombro, Federación es una ciudad chiquita de Entre Ríos, yo la conocí cuando era muy chico en una de estas excursiones que haces en la escuela primaria, los “viajes educativos” que le dicen, fuimos en ese momento a la represa de Salto Grande que está en el límite de Argentina y Uruguay, la ciudad de Salto del lado oriental y Federación del nuestro.
Pero la ciudad que yo y mis jóvenes compañeros conocimos era la ciudad nueva, muy limpita, prolijita, con casas iguales, nueva nueva; la ciudad vieja había quedado bajos las aguas del río Uruguay cuando hicieron la represa.
Me parece que es una historia por lo menos curiosa.
Los antecedentes se remontan al año 1946 cuando Perón firma un tratado bilateral con el país vecino para la construcción de la represa para el aprovechamiento de los rápidos del Río Uruguay en la zona de Salto Grande.
Los que se sacrificarían por la patria eran los habitantes de Federación, que verían en el año 1997 demoler su vieja ciudad -con sus casas, sus lugares de trabajo, las escuelas de los chicos y los parques- en manos de cientos de topadoras.
El gobierno de facto de aquel momento les había elegido ya un lugar muy cerca de la vieja ciudad, y les había pagado sus casas, cada uno tenía asignado su lotecito.
Finalmente el 25 de Marzo de 1979 el general Videla inaugura la nueva ciudad.

Esa es la historia y con eso fui yo al cine.
El documental trata de ver a través de las historias de algunos de los habitantes de Federación como fue el cambio de una ciudad a otra, como se dio, que sintieron cuando demolían sus viejas casas, como se adaptaron, etc.
Lo raro del documental es que muy por el contrario de lo que uno espera está narrado en tono de comedia, está estructurado por entrevistas a personas de la ciudad, y cada una tiene toques de humor, como discusiones entre matrimonios, hijos que se meten en cámara, etc.
Se cuenta la historia de un pueblo a través de la vida de algunas de sus gentse, obviamente no es cualquier pueblo sino este tan peculiar.
Así al principio vemos a una señora que busca cuando baja el río en los escombros los cimientos de su viaja casa, y dice “esta es mi casa, este es el baño, esta la cocina, este...” y uno solo ve escombros, es una imagen la verdad fuerte, alguien hablando en presente de su casa que ya no está. El marido dice que a él no le gusta ir, “lo pasado pisado”, pero mientras tanto se le llenan los ojos de lágrimas.
Otro señor cuenta cómo con su familia intenta construir en su patio la misma glorieta que tenían en su vieja casa, y martilla, y pinta, y planta una enredadera; el director el pregunta para qué quiere una glorieta igual a la de antes y con absoluta naturalidad entrerriana el señor responde “para tomar mate abajo en verano ¿para que otra cosa? Como antes, con los chicos, con mi señora”.
Otro señor se encarga de plantar todas las especies de árboles que había en el amplio jardín de su vieja casa, lo hace en un plaza que le cedió la municipalidad, que lleva su nombre y que los turistas visitan, él está contento con su emprendimiento y dice que quiere tener a todos los árboles que lo vieron crecer con él y aferrado a esta idea se queja “el único que no quiere prender es el eucaliptos, parece como que me dijera: a mí no me engañas, este no es mi lugar, no quiere echar raíces, pero yo lo voy a hacer prender, si yo pude él también tiene que poder, tiene que acostumbrarse acá como yo, y tiene que seguir acá después que yo me muera”.
Uno ve en toda esta gente que su vida en algún punto se quedo allá, en la vieja ciudad, en sus jardines, en sus glorietas, en sus casas, que hacen lo imposible para tener en tiempo presente aquel pasado.
Es que, cuentan ellos mismos, fue difícil adaptarse. Al principio la ciudad no tenía plantas, ni patios siquiera, “parecía tierra de nadie” dice uno, “parecía como que había habido una guerra” confiesa otro; las imágenes que se muestran de esa época parecen no negarlo; muchas casitas iguales, “a veces llegabas a tu casa y te abría otro, y empezabas a pelear para ver de quién era la casa”, chiquitas, calles de tierra, “había hasta lagartijas, bichos, por todos lados”, sin alumbrado, “los pisos se rompían, las paredes se agrietaban, el comentario de todos los días era ver que se había roto”.
Las cosas no eran tan lindas como se las habían pintado, “uno se dejó endulzar, casa nueva, todo nuevo, te compraba eso, no supimos verlo” dice un señor nostálgico.
Pero después la ciudad tuvo la suerte de encontrar cerca aguas termales “y ahí todo cambió, acá en la ciudad hay un dicho: lo que el agua nos quitó, el agua nos devolvió” les cuenta una guía turística a un contingente de jubilados en un trencito que pasea por la ciudad.
Con el complejo termal empezaron a recibir un gran afluente turístico y se hicieron complejos, hoteles, se alquilan casas, todo pareció mejorar.
Eso cuenta el dueño de “El Gaucho”, una tienda de artesanías, que dice que empezó vendiendo café y que de a poco trabajando le fue yendo cada vez mejor; dice que se adaptó “pero a los viejos si que les costó, muchos de nuestro viejos murieron cuando se mudó la ciudad, pero cambiemos de tema” y sigue mostrando artesanías con los ojos llorosos.
Es que con las termas y todo, todos siguen en la vieja ciudad.
Una señora muestra como están armando un archivo de las escuelas, del registro civil, de negocios, fotos y demás de la vieja ciudad. Otro muestra un pesado de azulejo de su casa. Otro un adornito. El perro verde, un viejo solitario siempre en compañía de sus perros, dice que no tiene nada “los recuerdo los tengo en el cuerpo querido” dice y cuenta que el hermano le dio el apodo “decía que era raro, que era más raro que perro verde, y ahora me gritan perro por la calle, pero así es el vulgo, yo los dejo que hablen”.
Siempre igual hay quien vende pañuelos en un velorio, y así vemos al gran capitalista de la ciudad, que era uno de los que integraba desde el principio la comisión de apoyo para cambiar de lugar la ciudad, que estaba en la comisión de las termas, que esta en al comisión de turismo, que tiene empresas, y una pequeña granja zoológico, y que cuenta los miles de proyectos que tiene para la ciudad; paradójicamente mientras los cuenta el sol cae y sobre la ciudad cae la noche.
Sin embargo la ciudad sigue agradeciéndole a Dios por el agua caliente de la tierra, haciendo marketing de su dolor con un museo móvil de las antigüedades de la vieja ciudad, un señor que se niega a vender todas las filmaciones de la vieja ciudad porque dice que “van a comerciar con mis videos, y el que quiere sacar la ganancia soy yo”, un trencito que pasa por la ciudad y cuenta su historia, un teatro que tiene una obra q ue cuenta el traslado.
Pero no todos se fueron, hay un viejito que cuando fueron las topadoras se atrincheró y nadie lo pudo sacar; aún sigue ahí con sus noventa y tantos años, ya sordo, acordándose de cuando alrededor suyo había más que río.
Así la ciudad sigue tratando de sobrevivir al pasado, cada uno de sus habitantes con sus pequeñas estrategias, y mientras el sol sigue cayendo la cámara se aleja.

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