El milenario arte de descifrar signos
El autor y su obra
Carlo Ginzburg es un historiador italiano nacido en Turín en 1939.
Su figura es un pilar de la corriente conocida como microhistoria, que puede ser explicada como la revisión de personajes, hechos y acontecimientos que para las principales corrientes del estudio de la historia pasaron inadvertidas; esa es la tarea que emprende en su libro más conocido El queso y los gusanos; en él Ginzburg reconstruye la vida de Menocchio, un molinero de la edad media, del cual se tienen noticias gracias a las actas del proceso de la inquisición , que lo persiguió por sus ideas contrarias a la religión acerca de la religión en sí y del origen del mundo.
El ensayo que leí y sobre el que esbozo algunas notas de lectura se llama “Señales. Raíces de un paradigma indiciario” y forma parte de su libro Mitos, emblemas e indicios: morfología e historia.
El viaje, dice Celia Güichal en Una metáfora viva, puede ser parangonado a saberes de tipo indiciarios.
El viaje está sujeto a la experiencia individual y esta experiencia es imposible de ser formalizada tal como lo requiere la ciencia galileana. El viaje está circunscrito a lo particular; al igual que la escritura. Son ambos irreductibles a una formalización.
Este saber indiciario deja entrever el gesto “tal vez más antiguo de la historia intelectual del género humano, el del cazador agazapado en el fango que escruta las huellas de la presa.”
Ginzburg en su ensayo despliega y nos muestra a través de la historia los lados y dobleces del tapiz de un paradigma científico y cultural que estuvo presente desde los inicios de la cultura y desde los primeros intentos de conocimiento científico.
Nos da numerosos ejemplos de cómo este paradigma indiciario está presente tanto en la teoría del psicoanálisis, como en el estudio de la historia de arte del crítico italiano Giovanni Morelli y hasta en los relatos de Arthur Conan Doyle. En los tres casos hay operando un paradigma de conocimiento relacionado con la sintomatología médica: a partir de pistas, huellas, síntomas; busco y encuentro la “cosa en sí”, ya sea la enfermedad, la personalidad particular, el genio creador o la resolución del caso.
Este paradigma retomado en estos tres casos hacia finales del siglo XIX es mucho anterior, incluso anterior a la medicina; de hecho ésta es sólo una de las herederas de este paradigma que encuentra sus raíces en los cazadores primitivos, los primeros que vieron signos en las huellas sobre el fango, los primeros forzados a descifrar algo a partir de las huellas que ese algo dejó.
Este cazador leyendo signos constituyó el primer intento de búsqueda de conocimiento, el primer intento de pretensión científica, de lectura de una realidad desconocida e inalcanzable a partir de sus signos materiales.
De ese primer gesto del cazador primitivo son herederos la narración, las prácticas adivinatorias, la medicina, la teoría del psicoanálisis e innumerables ejemplos, más allá de los cuales el texto nos alerta en un momento de epifanía sobre el hecho de que este gesto indiciario es casi el primer impulso cognoscitivo de todo ser humano desde hace siglos: estamos signados por la necesidad del descifrar, necesitamos de los signos y es sólo a través de ellos que logramos acceder a una realidad que siempre supimos inasible.
Desde lo personal este texto me pareció muy interesante, lo relacioné inmediatamente con la teoría semiótica, y creo que da mucho para hablar y pensar; desde ya que sería interesante trabajarlo en el ensayo.
miércoles, 14 de abril de 2010
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