¿La supervivencia del más apto?
Cuando llegué de Entre Ríos para empezar a estudiar, tenía muchas esperanzas puestas en la experiencia universitaria y muy pocos años, apenas diecisiete. Me sentía chico, desbordado quizás por el cambio de ciudad, la lejanía del entorno familiar de mi ciudad chica con su gente, amigos y familia, la responsabilidad de vivir solo.
Sin embargo el primer día de clases logró hacerme sentir aun más pequeño. Bastaron horas para notar las diferencias académicas que tenía con mis compañeros, muchos provenientes de colegios privados, del Nacional Buenos Aires y del Pellegrini.
La brecha era evidente y eso me frustraba.
Conforme fueron avanzando los días y los exámenes me sentí cada vez más seguro, y hacia el final del año, en mayor o menor medida, todos estábamos a un nivel más o menos parejo, diferenciados desde luego cada uno en sus individualidades e intereses particulares.
Fue entonces que entendí la importancia del ingreso irrestricto. Si hubiese tenido que pasar cuando recién llegué por un examen de ingreso, estoy convencido que no estaría estudiando hoy en la universidad. Las diferencias eran enormes con mis compañeros, que ostentaban un background cultural que superaba en años luz el que la escuela pública me había dado en Gualeguay. Por mucho interés que hubiese puesto en estudiar hubiese tenido delante de mí cientos de postulantes que me sacarían cabezas de ventaja.
Este es el motivo por el cual estoy en contra del examen de ingreso; porque es iluso pensar que partimos de iguales condiciones, porque es hegemónico apelar a las capacidades naturales de las personas; nada es natural, salvo nuestra carne y nuestros huesos, el resto son construcciones sociales, incluso el conocimiento y dependen de condiciones anteriores, materiales y económicas.
Por otro lado me parece nefasto pensar en el otro como un competidor en el circuito del conocimiento; la universidad no es un espacio funcional al mercado, no debería serlo al menos, y no debería guiarse por la lógica de la ganancia, de la reducción de costos.
Debe ser un espacio de debate, de pensamiento, de reflexión, de aprendizaje.
Estoy orgulloso de haber cursado y seguir cursando con compañeros de estudio y reflexión, y no con contrincantes; de ver al otro como un compañero de debate, comparta o no mis argumentos, y no como un enemigo a quien vencer en la carrera hacia el éxito.
Estoy orgulloso de poder estar escribiendo este texto porque existe el espacio de la libre reflexión, que no está condicionado por la mano peligrosamente invisible y parcial del mercado.
Por esto confío en que este espacio siga existiendo, confío que tanto alumnos como docentes seguiremos defendiendo el lugar que tanto tiempo de luchas y tantas vidas nos costó y en que este sea el primero de tantos textos que escriba; la piedra fundamental de mi pequeña contribución a la construcción de un espacio fuerte y transparente de pensamiento y libertad.
miércoles, 14 de abril de 2010
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