Un lugar llamado Neo.
Nunca se me había ocurrido pensar en un lugar así. En mis quince años como astronauta encontrarme con esto es lo que menos esperaba, mucho menos después de lo que pasó.
El límite de mi imaginación llegaba hasta el suelo rojizo de Marte. Hasta hace un mes; que conocí esta tierra de color lila, un violeta como suavizado por las lluvias que se suceden una tras otras sin posibilidad de preverlas. De repente ese sol tan cercano se apaga en un segundo y el agua cae, como un aluvión de balas frías.
De algún modo me gusta sentir los golpes de esas lluvias; es un indicio de que estoy vivo; en un lugar que aún no logro descifrar, de algún modo, existo.
Cuando escuché el comienzo de la explosión de la nave cerré los ojos esperando la muerte; pero la muerte no llegó, creo. En cambio aparecí acá, de la nada en el medio de una especie de desierto, caminé por días enteros hasta llegar a la ciudad, una civilización moderna, como nunca imagine.
Los edificios son enormes, cada uno es una ciudad, la gente rara vez sale de ahí, lo tienen todo, centros comerciales, centros médicos, todo.
Todo en la ciudad es sobrio, no hay carteles, no hay contaminación sonora, todo es silencio.
Cuando llegué a uno de estos edificios, me desmayé, casi agonizando de sed y hambre, agotado por los días de caminar en la nada, perdido en la inmensidad de esta civilización nueva.
Me alojaron en una especie de clínica.
Todos me miran como un bicho raro, no entiendo que me ven, soy igual a ellos.
La comida que me dan es la misma a la que estoy acostumbrado, pizza, carne, pastas, frituras, aunque veo que los ayudantes de los médicos se asombran cuando como; se juntan todos detrás de un vidrio y me ven comer, a veces se miran entre ellos y se ríen; no entiendo que les parece tan raro.
Los doctores hablan conmigo, pero no los enfermeros, ni los asistentes, cuando intento una conversación me entienden, hacen lo que yo les pido, pero cuando intentan hablar no pueden articular las palabras y solo emiten sonidos guturales, como una persona sordomuda. Uno de ellos me sorprendió cuando estaba a punto de pedirle que me trajera un vaso de agua, no alcancé a pronunciar ninguna palabra cuando él se fue y, volvió con el vaso de agua; cuando lo mire notó mi cara de sorpresa y se puso nervioso.
Dentro de una hora van a someterme a un estudio me dijo el doctor. Cuando le pregunto que estudio, me dice que es por mi bien, que voy a ayudar a la ciencia; a qué ciencia, le digo yo; y él me mira y sonríe, para más tarde decirme: a la suya, a la de su descendencia, ellos se lo van a agradecer.
miércoles, 14 de abril de 2010
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