Es uno de los primeros libros que leí, lo había encontrado en un rincón de mi casa, descuajeringado, casi roto, con olor a humedad.
Sin embargo nada de eso me detuvo, me llamó la atención la tapa amarilla y el dibujo de un nene que parecía tener la misma edad que yo en ese momento, nueve o diez años.
La tapa decía grande Corazón, y eso también me llamaba la atención. Parecía tan grande ese título que sentía la necesidad de saber a que se refería exactamente, de delimitar un poco el alcance de esa palabra. El nombre del autor me sonaba además a nombre de escuela o biblioteca, “Edmundo de Amicis”, como de prócer.
Cuando lo comencé a leer me fascinó como ese mundo tan lejano a mí en el tiempo –transcurre en la última década el siglo XIX- no se diferenciaba tanto del mío, como podía reconocer en las problemáticas de sus personajes las mías y las de mis amigos. Las problemáticas eran las de un conjunto de compañeritos de escuela primaria, que hacían travesuras, se burlaban unos de otros, corrían en los patios, tenían más cariño por una maestra que por otra, estudiaban, se enfrentaban a la discriminación por diferencias sociales y a la intolerancia, e iban descubriendo así con cada capitulo de que iba la vida , aprendiendo los valores de la amistad, la tolerancia, el respeto, el esfuerzo, el trabajo.
El formato es casi como un diario íntimo, el de uno de estos chicos, la historia está narrada en forma subjetiva.
Lo terminé de leer muy rápido -costumbre que mantengo aún hoy de más grande cuando un libro me gusta mucho mucho- y desde ese día nunca más lo leí, ni siquiera volví a ver el libro en mi casa de vuelta, no sé donde está.
Cada vez que pienso en esa tapa amarilla y ese nene con el uniforme escolar verde, como un soldadito a escala, me da mucha tristeza, o melancolía, no sé.
Debe ser eso lo que ha hecho que borre el final del libro de mi memoria.
miércoles, 14 de abril de 2010
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