Río arriba es a la vez documental y cuento -si lo pensamos desde el punto de vista de Piglia en Tesis sobre el cuento- contados a través de una viaje.
Es una viaje que cuenta dos historias; la primera que se nos aparece es la del director, Ulises De la Orden, que emprende su viaje desde el cemento de Buenos Aires en busca de la naturaleza de los paisajes maravillosos que conoce desde chico y a los que no vuelve hace veinte años.
Este viaje es la búsqueda de su historia familiar, la de su abuelo Manuel que allá por 1922 bajó del barco y se fue hacia Iruya, para trabajar el ingenio azucarero San Pedro y así asegurar el progreso de toda su descendencia.
Ulises busca así también en parte su propia historia.
Pero a lo largo del viaje que hace, y que hacemos nosotros también, vamos descubriendo la otra historia, la que subyace en este viaje de búsqueda, la que hizo posible la vida cómoda de los herederos de Don Manuel; vamos descubriendo que ese progreso está hecho del sacrifico de toda una comunidad indígena que fue explotada por los muchos ingenios que se pusieron en marcha a principios de siglo.
La comunidad kolla vivía hasta principios del siglo XX en forma autónoma, dependiendo solamente de sus propios cultivos, hasta que les fueron expropiadas las tierras en manos de arrendatarios, inmigrantes recién llegados de Europa, que los obligaron a trabajar en sus ingenios, endeudándolos en arrendamiento; así los indígenas se vieron forzosamente obligados a pagar con lo único que tenían: su fuerza de trabajo.
Los que no accedían “desaparecían” en el paisaje. Sin duda que ese hermoso paisaje que vemos y deseamos visitar toma otra importancia al ser conscientes de los secretos de años de explotación que guarda en sus silencios y sus ruidos salvajes; si ahora lo visitamos, después de ver la película, va a ser seguramente diferente.
Ulises comienza, entonces, la búsqueda de sus historia a partir de la de su abuelo, pero en el camino se encuentra con otra historia, la que realmente hizo que la suya sea hoy la que es y no otra.
Esta historia, la otra, la que nunca le contaron, la reconstruye con fotos, imágenes y los testimonios de gente de la comunidad kolla, que insiste en mantener viva su tradición, sus costumbres, su respeto por la naturaleza, sus fiestas, a pesar de los intentos de aquellos explotadores.
Para Ulises y su historia la de estos indígenas permanecía oculta, pero para ellos era bien conocida la historia de su abuelo, y la cuentan sus anécdotas, su resistencia, sus caras cansadas.
Para que el cuento tenga sino un final feliz por lo menos justo, es necesario que se reconozca el derecho a sus tierras a esta comunidad indígena y que se haga todo lo posible por ayudarlos a mantener su cultura y su historia, sólo una ayuda, porque ellos de su parte han demostrado haber hecho más de lo que podían.
miércoles, 14 de abril de 2010
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